miércoles, 22 de mayo de 2013

Patrimonialismo del Estado Mexicano



El patrimonialismo veracruzano (o mejor dicho, mexicano)


El reciente escándalo mediático y político por los vídeos difundidos por el PAN, donde “alegremente” funcionarios y ex funcionarios de los 3 niveles de gobierno del estado mexicano, reparten favores y deciden de manera unipersonal el uso de fondos y programas públicos, pone sobre la mesa varias cuestiones sobresalientes, de las cuales me permito diferenciar -al menos- 2 aspectos: los estructurales y los coyunturales.

Hasta ahora los analistas y observadores políticos, periodistas y académicos, detractores y apologistas, se han centrado en los temas coyunturales del asunto, y que ciertamente no son poca cosa. Sin embargo, mi perspectiva es un poco diferente, quiero proponerle al amable lector un ángulo distinto: el tema estructural.

El estado mexicano actual es el resultado, según mi entender, de los acuerdos e imposiciones que resultaron del triunfo del grupo sonorense, cuyos máximos representantes fueron Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, así como de los ajustes que realizó a este modelo Lázaro Cárdenas; los 3 revolucionarios exitosos y luego presidentes de la república, o sea, jefes del estado nacional.

Para bien o para mal, los pilares que fueron y han sido el cimiento de la estructura política de nuestro país, han sido: el clientelismo, el compadrazgo, el caciquismo, el amiguismo, el corporativismo, todas ellas aceitadas por la corrupción galopante que lubrica todas esas maneras de hacer política. A manera de ejemplo, todos recordamos la frase atribuida a Obregón “nadie aguanta un cañonazo de 50 mil pesos”. Claro que ahora esa suma varía de acuerdo con el tipo de favores a la nación, aunque así sigue vigente.

A mi juicio, este conjunto de cosas encuadra en la definición del patrimonialismo que, siguiendo a Max Weber, podría sintetizarse diciendo que es una forma de ejercer el poder donde el soberano es visto como el señor que dispensa su favor y su gracia al pueblo; los puestos públicos no son asignados por capacidad y competencia sino por lealtad y simpatía; no hay una formación estricta y regulada de los funcionarios sino una nominación que obedece a la conveniencia de quien posee la autoridad; la actividad de dichos funcionarios con frecuencia se extiende más allá de lo que les está expresamente señalado; el desempeño de los cargos se remunera sobre todo por el usufructo que de ellos se pueda hacer; se obedece más a la disposición individual del gobernante que a leyes fijas y establecidas. Es decir, para Weber el patrimonialismo tradicional es el dominio que un príncipe o señor ejerce sobre las masas de sometidos y súbditos mediante un aparato burocrático integrado por favoritos fieles el soberano.

Y si el amable lector recuerda, o bien quiere revisar de nuevo las grabaciones difundidas por el PAN donde los funcionarios y exfuncionarios priistas acuerdan y deciden como ganar el siguiente proceso electoral en Veracruz, tendrá a bien concordar con un servidor que todo lo dicho o hecho por estos distinguidos ciudadanos ¿servidores públicos?, encuadra perfectamente es la visión weberiana del patrimonialismo.

Claro que siguiendo el modelo de Weber, resulta obvio resaltar que su análisis basado en la construcción de tipos ideales, nos obliga a precisar que este tipo ideal es sólo un recurso metódico para facilitar el análisis y comprensión de la realidad, y que al mismo tiempo este modelo patrimonial suele convivir en mayor o menor medida con los sistemas de dominación burocrático-legal y el carismático.

De hecho, eso vemos en nuestro país cotidianamente, por un lado está el estado legal obligándonos o persuadiéndonos de respetar la ley como modelo racional de comportamiento, y que también es justo reconocer impera en la mayor parte del territorio nacional, aunque con frecuencia este modelo se ve impregnado del patrimonialismo a la hora de las decisiones de peso.

Por ello, aun cuando existen elementos legales para proceder en los obvios casos de corrupción del comportamiento de los funcionarios involucrados en los vídeos del escándalo, al mismo tiempo se impone la lógica patrimonialista del poder político para proteger a los secuaces o seguidores del señor; en este caso del gobernador del estado.

Lo preocupante de todo esto, desde mi particular perspectiva, no es que los implicados seguramente serán sancionados con un par de nalgadas, en el mejor escenario, y reubicados impunemente en la estructura administrativa del estado mexicano, sino que la clase política, los empresarios, los intelectuales, y en general los mexicanos, no queremos o no podemos ver más allá de las apariencias y no terminamos de entender que la edificación del estado legal burocrático puede transformarse es un detonante histórico para el desarrollo capitalista, al cual aspiramos desde el siglo XIX.

Y me dirán algunos ¿por qué es relevante discutir y lograr consensos es este tema? Y mi respuesta sería que de no hacerlo, de seguir en este camino de considerar los temas coyunturales como los únicos válidos, se estará continuamente en un círculo vicioso del cual será imposible salir airoso. Es por ello, que los partidos cambian en el poder y las prácticas políticas siguen en esencia igual, únicamente cambian de logos, de color o se especializan (se perfeccionan, para mal), pero no logramos la construcción de la ciudadanía como tal ni del estado moderno inherente.

Desde los reformas echeverristas de los años setentas, estamos metidos en esta dinámica, reformamos y logramos acuerdos sobre temas de coyuntura, y no de fondo. Queremos ser modernos, ser capitalistas de primer mundo, mas no entendemos, no modificamos ni mucho menos superamos nuestra visión patrimonialista del quehacer político y cultural.

Por eso las críticas al escándalo veracruzano seguirán siendo superficiales y quedaran en el olvido en el mediano plazo, ya saldrá otro tema parea regodearnos en lo superficial y lanzar diatribas o loas (de acuerdo al bando donde se esté).

Elaboró: José Guadalupe Cázares Román. Sociólogo egresado de la Universidad Veracruzana. 26/IV/2013.